La barrera psicológica de los teléfonos móviles de más de mil euros ya ha sido superada. Hubo quien pensó que nunca se sobrepasaría ese límite (me incluyo en este grupo) porque nadie iba a pagar más de mil euros para mandar “guasaps”, correos electrónicos y para ver lo que hacen los ¿amigos? del FaceBook sin embargo, erramos, y además a lo grande. El iPhone X de Apple o el Galaxy Note 8 de Samsung son dos buenos ejemplos de cómo un sector de la sociedad ha sido capaz de pasar desde la deuda para la comunión del nene o para irse de vacaciones, a endeudarse para comprar el último modelito de teléfono. ¿Necesidad o postureo?
Vivimos en la sociedad de la imagen, y no, no me refiero al predominio de los contenidos audiovisuales sobre la palabra escrita, un tema éste que nos tendría bien entretenidos por largo tiempo, sino al postureo. Lo que los demás piensen sobre nosotros es, para muchas personas, tan importante, e incluso más, que la realidad que se oculta bajo sus caretas. Y si esto es aplicable a la ropa que vestimos, al peinado que llevamos o al coche que conducimos, ¡cómo no iba a ser aplicable al teléfono móvil que usamos!
El 95 por cierto de los usuarios utilizamos el smartphone para las tareas básicas, normales del día a día: un vistazo a Twitter, Facebook y otras redes sociales, consultar el correo electrónico, mantener la comunicación con nuestros amigos y colegas por Whatsapp o Telegram, escuchar música, etcétera. Fijaos que incluso hay algunos osados que usan el móvil para hablar por teléfono, ¿os lo podéis creer? Sí, reconozco que la cifra me la he inventado, aunque más bien creo que peca por defecto que por exceso. Y tal vez debido a este uso “del día a día” es por lo que el grueso de la industria de los teléfonos móviles lo constituyen los smartphones de gama media, esos que no son ni demasiado baratos ni demasiado caros pero aún así, en la práctica, hacen lo mismo que el resto, y con buenos resultados.
Sin embargo, hay un sector de la población que necesita sentirse mirado y admirado, en la calle, en la oficina, en la cafetería y allá donde valla. Evidentemente no me refiero tan a aquellos cuyo salario se lo permite desahogadamente como a quienes constituyen el perfecto ejemplo del “quiero y no puedo”, personas que no llegan a fin de mes, que no hacen un uso profesional de su smartphone y que sin embargo, no dudan ni por un momento en incrementar algo más su deuda pues ¡cómo van a tener ellos un teléfono más antiguo que el de su amigo!
Por supuesto que entre el teléfono de cien euros y el de 1200 euros hay mil y una diferencias de calidad, componentes, potencia, rendimiento, eficiencia… No vamos a caer en la farsa de que “todos los teléfonos son iguales”. No. Lo que aquí planteamos es la eterna pregunta: ¿endeudarse aún más desatendiendo primeras necesidades para adquirir el teléfono de última moda con el cual no haremos nada más de lo que haríamos con un smartphone más adecuado a nuestros bolsillos?
[irp]No cabe la menor duda de que cada cual hace lo que le viene en gana con su dinero, o con el dinero que le concede la financiera de turno, aunque sea para alimentar su ego y su sed de postureo, y que no tenemos derecho alguno a recriminarle absolutamente nada, siempre y cuando sus decisiones no afecten de manera negativa a terceras personas que dependan de él. Aún así, tratemos de ser consecuentes y como decía aquel portero, “un poquito de por favor”.
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